Las fugas de película no existen ni han existido en España. Quizá la más conocida haya sido la de Eleuterio Sánchez, ‘El Lute’, pero de eso ya hace más de medio siglo. Si nos centramos en los últimos diez años, las de ‘El Piojo’ y ‘El Pastilla’ han sido las más llamativas, más que por sus métodos o por su duración -poco les duró la alegría de su épica-, por lo curioso de sus alias.
Sin duda, las fugas de Eleuterio Sánchez, el Lute, permanecen en la memoria de muchos españoles de su generación y de otras posteriores. No había niño en España de principios de los 70 que no le hubiera visto o, más bien, que creyera haberlo visto.
En una época con infinitamente menos medios de comunicación que ahora, sus fugas acapararon la atención mediática. La primera de ellas se produjo en 1966. El Lute saltó de un tren cuando era custodiado por la Guardia Civil en un traslado penitenciario. La hazaña le duró solo trece días.
Pero la que le catapultó a la fama fue la que protagonizó en la Nochevieja de 1970, cuando se escapó de la cárcel gaditana de El Puerto de Santa María. Casi dos años y medio estuvo el Lute huido hasta que fue detenido en junio de 1973.
Fue su última gesta de estas características. Pero dentro de la cárcel protagonizó otra: Nacido en una chabola de un barrio salmantino, el Lute aprendió en la cárcel a leer y a escribir y consiguió sacarse la carrera de Derecho por la UNED.
No es fácil fugarse de las cárceles, sobre todo de los llamados centros-tipo, construidos en España con más medidas de seguridad que los penales antiguos. Parece más fácil eludir la custodia policial en traslados a hospitales o juzgados. Al menos, se producen más casos.
Entre los más recientes, el preso que se fugó de la cárcel barcelonesa de Lledoners aprovechando una visita al dentista, o el que estaba interno en Sevilla-II e hizo lo mismo cuando realizaba un paseo terapéutico por el campo, o el que no volvió a la prisión de Mansilla de las Mulas (León) después de una salida para desempeñar labores de limpieza.
El Piojo y el Negro y su vuelta a los grilletes
5 de diciembre de 2020. Los hermanos Jonathan y Miguel Ángel Moñiz, el Piojo y el Negro, expertos butroneros, se fugan de la cárcel de Valdemoro (Madrid).
Con una llave fabricada del llamado «cuarto de maletas» fueron serrando poco a poco los barrotes de la ventana hasta que llegó el día elegido para saltar el muro de 7 metros, coronado con una concertina, que rodea el centro penitenciario.
Lo lograron, pero no les duró mucho la alegría. Al Piojo menos que su hermano, porque fue detenido en Madrid el 15 de febrero siguiente tras embestir con un coche a otros dos vehículos policiales y herir a cinco agentes.
Apenas tres meses después, el Negro se volvió a colocar los grilletes cuando fue arrestado en una gasolinera en la que paró a repostar. Cuando entraba a pagar, fue detenido en una operación «limpia», como la definieron los agentes que intervinieron.
Lo que te pasa si publicas en redes tu gesta
Dos meses antes de la fuga de los hermanos, un preso se escapó de la cárcel de Melilla. El recluso no pudo evitar la tentación de compartir su gesta y no se le ocurrió otra cosa que narrarla en un vídeo que llegó a hacerse viral.
«He salido por la puerta despacito, a darle un beso a mi madre», decía en el vídeo mientras enseñaba los restos del tajín que se había comido.
No le costó mucho a la Policía Nacional dar con él en el barrio melillense del Rastro. Diecisiete horas más tarde volvía a estar entre barrotes.
Esa sí que fue buena, pero efímera
Una las pocas fugas que merecería una película, aunque corta, es la que protagonizaron en 2010 dos presos en la cárcel de Sevilla-I.
Los reclusos hicieron un agujero detrás del espejo del lavabo y rompieron una pequeña puerta por la que los fontaneros acceden a las tuberías. Un minúsculo agujero por el que se coló uno de los presos -muy delgado, al parecer-, quien forzó la cerradura de la celda por el exterior para que saliera su compañero.
Con un somier rompieron una ventana del pasillo y lograron superar el muro, cruzar el aparcamiento de los funcionarios y la unidad de madres y llegar hasta una pequeña carretera, donde les esperaba un coche.
Un trabajazo para que tres semanas después les detuvieran en Lleida. Eso si, nada más y nada menos que una unidad de élite de la Policía, los GEO.
Por algo le llamaban el Fugas
El francés Erik Ferdinand tenía bien merecido el plural del su alias. Especialista en huidas, en 2004 consiguió fugarse mientras estaba esposado y la Guardia Civil registraba la masía de Maià de Mocal (Girona), donde le habían localizado.
Pero esa no fue la mejor. Tres años después protagonizó una espectacular fuga en helicóptero de una cárcel belga. Dos cómplices secuestraron al piloto y al instructor de la aeronave después de haberles contratado para un bautismo de vuelo. Aterrizaron en el patio de la prisión y ahí se montó el Fugas.
Tal era su fama que cuando en mayo de 2011 fue juzgado en la Audiencia Provincial de Girona, los Mossos d’Esquadra montaron un amplio dispositivo policial inédito. Por si las moscas.
Con la música a otra parte
Más fácil les resultó a los Iñaki Picabea y Joseba Sarrionaindia fugarse. Se escondieron en alguno de los aparatos de megafonía utilizados en un recital ofrecido en la cárcel donostiarra de Martutene para huir. Corría el año 1985.
Tampoco se complicó mucho un preso de la cárcel de Melilla, que consiguió llegar hasta el aparcamiento y aprovechó para esconderse detrás del camión de un proveedor. Pudo consumar su sencillo plan.
A un preso de la Modelo de Barcelona, de origen pakistaní, también le resultó fácil. Tan solo tuvo que convencer a su hermano para que se intercambiara por él. Como se parecían mucho, pudo burlar el control de seguridad.
La de Yousef Mohamed Lehrech, alias el Pastilla, es tan reciente que aún no hace falta recordarla en esta crónica.
Sagrario Ortega ( Agencia Efe)